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presión maravillada en el rostro de su protegido, el viejo caballero
sonrió.
-Gisors no es tan fuerte como parece. Tenemos planes en estu-
dio para reconstruirlo. Espera a ver todos los grandes castillos de Tierra
Santa. Por ejemplo, Krak des Chevaliers tiene unos muros dos veces
más gruesos que éstos. Puedes creerme si te digo, Simon, que todo
Gisors cabría en un rincón de Krak y ni se notaría.
-&uándo construyeron los templarios ese Krak des Chevaliers,
señor?
-iNo lo construimos nosotros! En su mayor parte fue obra de
nuestros colegas en Tierra Santa, la Orden del Hospital de Saint John
de Jerusalén.
Sólo unos pocos de los múltiples castillos de Palestina los cons-
truyeron los templarios. Algunos los adaptamos de las fortificaciones
originales que construyeran los turcos y los sarracenos. Los hospita-
larios, que consideramos rivales nuestros, son formidables construc-
tores, y nosotros incluso ocupamos en guarnición algunos de sus más
grandes castillos, por cuanto ellos no cuentan con hermanos suficientes
para guarnecer todas sus fortalezas y llevar a cabo la obra piadosa en
sus hospitales.
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-¿Cuántos castillos hay en Palestina?
Cada vez que el viejo templario impartía alguno de sus conoci-
mientos arduamente aprendidos, Simon se mostraba como un encan-
tado discipulo.
De Roubaix manifestó con un gruñido su evidente disgusto ante
aquella idea.
-¡Demasiados y me quedo corto! Desde la primera Cruzada,
que se libró con el único propósito de recuperar Tierra Santa, y espe-
cialmente Jerusalén, para que los cristianos la visitaran en peregrina-
ción, han aparecido muchos aventureros que se han unido a la segun-
da Cruzada con el único propósito de enriquecerse ellos.
»Estos así llamados "nobles", ya que muchos de ellos tienen un
dudoso pasado, adoptaron el nombre de la ciudad o puerto que con-
quistaron como título nobiliario, y actualmente dominan la región
adyacente a las plazas fuertes que ellos guarnecen.
»Hay tantos castillos en Palestina, que pueden verse los unos des-
de los otros. Ahí reside el punto débil de nuestra campaña. ¿Sabes
Simon? La Cruzada es una guerra móvil y permanecer a salvo en enor-
mes castillos no es el medio adecuado para hacer frente a nuestro más
poderoso enemigo... ¡ Saladino!
El nombre salió de los labios agrietados De Roubaix con un halo
de aliento congelado.
-Cuando ese poderoso guerrero sarraceno concluya su actual
campaña en Egipto y mueva sus fuerzas ayyubia' hacia el norte de
Tierra Santa, nosotros vamos a enfrentar nuestro más grande desa-
fio, porque el sultán Saladino es el comandante de caballería más pro-
bo desde Carlomagno, emperador de occidente.
»En estos momentos está en vigencia un tratado de paz, pero
es probable que cualquier imbécil entre los codiciosos caballeros
normandos lo rompa asaltando alguna de las ricas caravanas de
Saladino en ruta hacia La Meca.
De Roubaix gruñó y escupió con asco en la nieve.
-Entonces veremos qué plan de batalla resulta mejor.
Cerrándonos dentro de esos enormes bastiones de piedra, sitiados
por los sarracenos, o saliendo a combatir contra los ayyubids de
Saladino, lanza a lanza. ¡Esta es nuestra única oportunidad, Simon!
»Tú tomarás parte en esa batalla, y ahí es donde comienzas tu
nueva vida y tu gran gesta, como tu padre hubiera deseado.
De Roubaix se persignó y siguió trotando, seguido de cerca por
Simon.
A la entrada del castillo, les dio el alto el centinela, pero era una
simple formalidad. Aunque montaba un caballo extraño, el templa-
rio fue reconocido de inmediato, y el servidor de la guardia dio la
orden de levantar el rastrillo para dejarles pasar al patio interior.
Cuando por fin se abrieron las pesadas puertas, un fornido hom-
bre de armas de barba gris, vistiendo la negra túnica del cuerpo de
servidores, se adelantó precipitadamente a saludar a De Roubaix.
-Me alegro de veros de regreso, señor -dijo, con una voz
parecida a un trueno lejano-. Veo que habéis traído a nuestro
nuevo recluta.
El veterano señaló a Simon.
-Así es, Belami -respondió De Roubaix-. Este joven caba-
llero es todo tuyo para que le instruyas y le enseñes, le insultes y le
alabes, como te plazca. Sobre todo -agregó el viejo caballero hacien-
do una significativa pausa-, ¡le protegerás con tu vida!
-Entonces, señor, será mi deber y tendré el placer de cumplir
vuestras órdenes.
Simon reaccionó cálidamente a la amplia sonrisa que apareció en
el tosco rostro bondadoso del veterano servidor que, como él ya había
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advertido, sólo tenia el brazo derecho; el izquierdo terminaba con un
gancho sujeto a una funda de cuero a la altura de la muñeca. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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