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Sonriendo, empujó la carretilla por los últimos metros de sombra y franqueó la arcada
para entrar en la estancia propiamente dicha.
Siguió avanzando por el suelo manchado de excrementos hasta colocar
cuidadosamente la carretilla junto al reborde del pozo. Después irguió el cuerpo y se
estiró, lanzando un suspiro y después un bostezo, para terminar abriendo el saco y
sacando de él tres largos palos y una pieza metálica que dispuso rápidamente montando
un trípode. Lo colocó en el suelo entre los mangos de la carretilla, luego puso sobre él su
cuenco de estaño favorito y arrojó en su interior un humeante puñado de carbón, que
sacó de un pequeño cubo lleno de perforaciones que había estado colgado del mango
derecho de la carretilla. Sopló sobre el cuenco hasta producir en él un firme resplandor y
luego fue sacando de varios saquitos ciertas cantidades de polvo y hierbas que hicieron
brotar una espesa humareda maloliente, bastante dulzona, que empezó a enroscarse en
lentos hilillos por toda la zona.
Las ratas salieron de sus escondrijos para hacer piruetas sobre las losas del suelo
mientras que Jelerak reanudaba su canturreo y extraía del saco un cuchillo de forma
triangular, corto y ancho, probaba su punta y sus filos con el pulgar, colocaba luego
durante un segundo el cuchillo sobre el inicio de la línea que había dibujado empezando
entre los pechos de Arlata, con sus dos puntas rosadas, sonreía, movía la cabeza en un
gesto de asentimiento y lo dejaba luego sobre su estómago para uso futuro. A
continuación cogió un pincel y varios pequeños recipientes sellados, sacudió el saco, lo
puso en el suelo junto a él, abrió uno de los recipientes y se arrodilló.
Los murciélagos hacían cabriolas por el aire mientras que su mano se movía tan
rápidamente como ellos, empezando a pintar con gestos seguros y llenos de práctica un
complicado dibujo hecho en color rojo.
Cuando estaba trabajando sintió una repentina corriente de aire helado y las ratas
dejaron de bailar. Los chillidos y crujidos se detuvieron y un instante de profundo silencio
nació de repente, llevando en su interior una terrible tensión. Era casi igual que si un
sonido que se hallara muy por encima del umbral audible estuviera bajando lentamente su
intensidad hacia el punto donde no tardaría en convertirse en un alarido insoportable.
Jelerak ladeó su cabeza como si escuchara. Miró hacia el pozo. Por supuesto, más
delirios antinaturales del Viejo. Eso no tardaría en quedar arreglado cuando le arrancara
el corazón a la muchacha y derramara su fuerza vital, como si fuera aceite, sobre las
inquietas aguas de la mente del Viejo... al menos, se arreglaría durante un tiempo. Al
menos durante el tiempo suficiente para obtener la ayuda que él mismo necesitaría
entonces de las energías estables y dirigidas de esa criatura. Luego...
Se preguntó cómo moriría semejante ser. Hacer que ocurriera tal cosa podía requerir
muchos esfuerzos. Pero pronto Tualua se volvería peligroso, no sólo para el resto del
mundo sino específicamente para él, Jelarak, en persona. Se lamió los labios mientras
imaginaba la épica batalla que un día cercano debería tener lugar. Sabía que no saldría
de ella sin cicatrices, pero sabía también que si podía absorber las energías vitales del
Viejo su poder llegaría hasta una cima que nunca antes había logrado alcanzar...; sería
como un dios, podría rivalizar con el mismísimo Hohorga...
Su rostro se oscureció al pensar en su antiguo enemigo y posterior amo. Y, durante un
fugaz instante, recordó a Selar, quien había dado su vida para acabar con ese poderoso
ser. Era extraño que los rasgos de Selar se hubieran repetido igual que un eco a través de
las eras para acabar hallando un hogar en el rostro del hombre que había mandado al
Infierno, el hombre que, de alguna forma ignorada, había logrado volver de ese
repugnante lugar, el hombre que le había salvado de la tierra cambiante igual que Selar le
había sacado hacía mucho tiempo del Abismo de Nungen... Selar, que había resultado
favorecido por Semirama, cuyos ojos lo habían hallado agradable... Y Dilvish, que todavía
podía encontrarse aquí incluso era posible que se encontrara cerca , razón por la cual
necesitaba recuperar rápidamente todos sus poderes. Dilvish llevaba en sus venas la
sangre de quien había matado a un dios y por primera vez en su vida estaba haciendo
que Jelerak conociera las punzadas del miedo.
Siguió construyendo el diagrama ritual, ahora sin canturrear, abriendo otro recipiente de
pigmento cuando el primero quedó agotado.
Y luego, transportado por una corriente de aire que iba a la deriva por entre un silencio
antinatural, le llegó un débil sonido. Era como si un coro de hombres estuviera entonando
en algún sitio un cántico que le resultaba irritantemente familiar. Se detuvo a mitad de una
pincelada, esforzándose por distinguir la melodía del cántico, ya que no sus palabras...
Un hechizo de enfoque. Algo muy corriente...
Pero ¿quiénes eran los que cantaban? ¿Y qué era lo que estaban intentando enfocar?
Bajó la mirada hacia su diagrama, ya casi completo. No resultaba conveniente tener
demasiadas operaciones mágicas en marcha dentro de la misma zona. Algunas veces las
operaciones tendían a interferirse mutuamente. Pero encontrándose en este punto de su
trabajo le repugnaba la idea de no terminarlo cuando se hallaba tan cerca de completarlo.
Hizo un rápido acto de malabarismo mental y espiritual, un cálculo de posibles potenciales
y fuerzas en equilibrio.
No debería tener importancia. La energía que iba a derramarse sería de tal escala que
no se le ocurría prácticamente nada que pudiera desequilibrar su trabajo, ni tan siquiera a
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