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Escritura. Proba Falconia, mujer romana, escribió un elegante libro con
centones de Virgilio, de los misterios de Nuestra Santa Fe. Nuestra
reina Doña Isabel, mujer del décimo Alfonso, es corriente que escribió
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Sor Juana Inés de la Cruz donde los libros son gratis
de astrología. Sin otras que omito por no trasladar lo que otros han
dicho (que es vicio que siempre he abominado), pues en nuestros tiem-
pos está floreciendo la gran Cristina Alejandra, Reina de Suecia, tan
docta como valerosa y magnánima, y las Excelentísimas señoras Du-
quesa de Aveyro y Condesa de Villaumbrosa.
El venerable Doctor Arce (digno profesor de Escritura por su vir-
tud y letras), en su Studioso Bibliorum excita esta cuestión: An liceat
foeminis sacrorum Bibliorum studio incumbere? eaque interpretari? Y
trae por la parte contraria muchas sentencias de santos, en especial
aquello del Apóstol: Mulieres in Ecclesiis taceant, non enim permitti-
tur eis loqui, etc. Trae después otras sentencias, y del mismo Apóstol
aquel lugar ad Titum: Anus similiter in habitu sancto, bene docentes,
con interpretaciones de los Santos Padres; y al fin resuelve, con su
prudencia, que el leer públicamente en las cátedras y predicar en los
púlpitos, no es lícito a las mujeres; pero que el estudiar, escribir y en-
señar privadamente, no sólo les es lícito, pero muy provechoso y útil;
claro está que esto no se debe entender con todas, sino con aquellas a
quienes hubiere Dios dotado de especial virtud y prudencia y que fue-
ren muy provectas y eruditas y tuvieren el talento y requisitos necesa-
rios para tan sagrado empleo. Y esto es tan justo que no sólo a las
mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con
sólo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la interpretación
de las Sagradas Letras, en no siendo muy doctos y virtuosos y de inge-
nios dóciles y bien inclinados; porque de lo contrario creo yo que han
salido tantos sectarios y que ha sido la raíz de tantas herejías; porque
hay muchos que estudian para ignorar, especialmente los que son de
ánimos arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de novedades en la
Ley (que es quien las rehusa); y así hasta que por decir lo que nadie ha
dicho dicen una herejía, no están contentos. De éstos dice el Espíritu
Santo: In malevolam animam non introibit sapientia. A éstos, más
daño les hace el saber que les hiciera el ignorar. Dijo un discreto que
no es necio entero el que no sabe latín, pero el que lo sabe está califi-
cado. Y añado yo que le perfecciona (si es perfección la necedad) el
haber estudiado su poco de filosofía y teología y el tener alguna noticia
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Cartas donde los libros son gratis
de lenguas, que con eso es necio en muchas ciencias y lenguas: porque
un necio grande no cabe en sólo la lengua materna.
A éstos, vuelvo a decir, hace daño el estudiar, porque es poner es-
pada en manos del furioso; que siendo instrumento nobilísimo para la
defensa, en sus manos es muerte suya y de muchos. Tales fueron las
Divinas Letras en poder del malvado Pelagio y del protervo Arrio, del
malvado Lutero y de los demás heresiarcas, como lo fue nuestro Doc-
tor (nunca fue nuestro ni doctor) Cazalla; a los cuales hizo daño la
sabiduría porque, aunque es el mejor alimento y vida del alma, a la
manera que en el estómago mal acomplexionado y de viciado calor,
mientras mejores los alimentos que recibe, más áridos, fermentados y
perversos son los humores que cría, así estos malévolos, mientras más
estudian, peores opiniones engendran; obstrúyeseles el entendimiento
con lo mismo que había de alimentarse, y es que estudian mucho y
digieren poco, sin proporcionarse al vaso limitado de sus entendi-
mientos. A esto dice el Apóstol: Dico enim per gratiam quae data est
mihi, omnibus qui sunt inter vos: Non plus sapere quam oportet sape-
re, sed sapere ad sobrietatem: et unicuique sicut Deus divisit mensu-
ram fidei. Y en verdad no lo dijo el Apóstol a las mujeres, sino a los
hombres; y que no es sólo para ellas el taceant, sino para todos los que
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