[ Pobierz całość w formacie PDF ]
humanos hubiesen estado hablando y trabajando y llevando su vida normal. En lugar de
aquello, no se oía el menor sonido procedente de ellos. No estaban escondidos:
simplemente, se habían marchado.
Contempló el poblado desde los brazos de Iriarte y se preguntó cuánto tardarían los
hombres en darse cuenta de que algo andaba mal.
Iriarte fue el primero que lo entendió: se detuvo y se quedó mirando fijamente hacia
delante. Miró a Akin, cuya cara estaba cerca de la suya, y vio que el niño se había girado
entre sus brazos y también estaba mirando.
¿Qué pasa? preguntó, como si esperase que Akin le fuera a responder. Y éste casi
lo hizo, casi olvidó que no tenía que hablar en voz alta. Pero, como siguió callado, fue
Iriarte quien dijo a los demás : Aquí pasa algo raro.
Inmediatamente, Kaliq adoptó la postura contraria:
Es un sitio muy agradable. Aún se ve que es rico. No pasa nada malo.
Aquí no hay nadie afirmó Iriarte.
¿Por qué lo dices? ¿Porque nadie ha salido corriendo a recibirnos? Deben estar por
alguna parte, vigilándonos.
No. Hasta el crío se ha dado cuenta.
Sí estuvo de acuerdo Galt . Así es. Yo me estaba fijando en él. Se supone que
los de su especie ven y oyen mejor que nosotros.
Lanzó a Akin una mirada cargada de sospechas.
Si nos metemos en algo, tú te metes con nosotros, chaval.
¡Por todos los santos, si sólo es un bebé! exclamó Damek . No sabe nada de
nada. Vamos ya.
Avanzó algunos pasos, antes de que los demás decidiesen empezar a seguirle. Aún se
adelantó más, mostrando su desprecio por las precauciones de sus compañeros, pero no
atrajo flechas ni balas. No había nadie para disparárselas. Akin descansó su barbilla en el
hombro de Iriarte y saboreó los débiles y extraños aromas. Débiles ya porque los
humanos hacía días que no estaban en aquel lugar. En algunas de las casas había
comida, que se estaba echando a perder. Este olor se fue haciendo más fuerte a medida
que se acercaban al poblado. Olor de muchos hombres, algunas mujeres, comida
echándose a perder y agutís, los pequeños roedores que algunos resistentes comían.
Y de oankali.
Hacía varios días, allí habían estado muchos oankali. ¿Tendría aquello algo que ver
con el secuestro de Akin? No. ¿Cómo podía tenerlo? Por él, los oankali no vaciarían un
poblado. Si alguien del lugar le hubiese hecho daño, desde luego que encontrarían a la
persona en cuestión, pero dejarían en paz a los demás. Y el vaciado de este pueblo podía
haber tenido lugar antes de que lo hubiesen secuestrado.
Aquí no hay nadie dijo Damek. Finalmente se había detenido en medio del
poblado, rodeado de casas vacías.
Eso ya te lo había dicho yo hace rato murmuró Iriarte . Creo que, de todos
modos, no corremos peligro: el chico estaba nervioso hace un rato, pero ahora ya se ha
tranquilizado.
Déjalo en el suelo dijo Galt . A ver qué hace.
Aunque él no esté nervioso, quizá nosotros sí que deberíamos estarlo. Kaliq miró
con desconfianza a su alrededor, atisbando por la abierta puerta de una casa . Fueron
los oankali los que hicieron esto. Tienen que haber sido ellos.
Deja al chico en el suelo repitió Galt. Durante la mayor parte del cautiverio de Akin,
había ignorado a éste, y también había parecido ignorar u olvidar su precocidad. Ahora
parecía desear algo.
Iriarte dejó a Akin en el suelo, aunque el niño hubiera preferido seguir en sus brazos.
Pero Galt parecía esperar algo. Sería mejor darle alguna cosa para que se quedase
tranquilo. Akin giró lentamente, inspirando para que el aire pasase sobre su lengua. Era
algo poco habitual, pero no era probable que provocase miedo o ira.
Sangre en una dirección. Sangre vieja, humana; seca sobre madera muerta. No. No
sería bueno mostrarles eso.
Un agutí cerca. La mayor parte de estos animales habían desaparecido, ya fuese
llevados por los pueblerinos o liberados en la selva. Éste aún estaba en el poblado,
comiendo las semillas que caían de uno de los pocos árboles que todavía quedaban en el
recinto. Mejor sería no hacer que los hombres se fijasen en él, o quizá lo matasen a tiros.
Tenían hambre de carne: en los últimos días habían pescado, cocinado y comido varios
pescados, pero hablaban muchísimo de auténtica carne: filetes y costillas, estofados y
hamburguesas...
Un débil aroma del tipo de pigmento vegetal que los humanos de Lo empleaban para
escribir. Escritura. Libros. Quizá la gente de Hillmann hubiese dejado algún tipo de
información acerca del motivo por el que se habían marchado.
Sin hablar, los hombres siguieron a Akin a la casa que más olía al pigmento, a la tinta,
como la llamaba Lilith. Ella la usaba tanto que el olor hizo que Akin la viera en su mente y
casi llorara por la nostalgia.
[ Pobierz całość w formacie PDF ]