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De sus cinturones pendían cuchillos envainados; eran cuchillos de goma, más planos y
cortos que las dagas que llevaban las gentes de la ciudad. Sus rostros mostraban un gran
vigor, una enjuta y curtida independencia de espíritu que les convertía a todos ellos en
hermanos. Desde hacía varias generaciones, los Marginados habían estado
esforzándose por llevar una vida en zonas salvajes, con armas tan bastas como el arco
que uno de ellos llevaba colgado de los hombros; la ética del duelo nunca se había
desarrollado entre ellos. No entablaban duelos. Mataban cuando matar parecía
necesario... para sobrevivir.
-Entren -invitó Burkhalter, dirigiéndose a los tres recién llegados-. Yo soy el cónsul...
Harry Burkhalter.
-¿Ha recibido nuestro mensaje? -pregunto uno de los jefes, alto, de aspecto escocés,
con una poblada barba de color rojizo-. Esa cosa que instalaron ustedes en el bosque
parecía algo malo.
-¿El convertidor de mensajes? Trabaja perfectamente.
-Bastante bien. Yo soy Cobb Mattoon. Este de aquí es Kit Carson Alvers y este otro
Umpire Vine.
Vine estaba bien afeitado; era un enorme hombretón que parecía un oso; sus agudos
ojos morenos lanzaban miradas de soslayo a su alrededor. Emitió un gruñido taciturno y
le estrechó la mano a Burkhalter. Los otros hicieron lo mismo. Cuando el Calvo estrechó
la mano de Alvers se dio cuenta de que éste era el hombre que pretendía matarle. A
pesar de ello, no dio ninguna muestra de saberlo.
-Me alegro de que estén aquí. Siéntense y tomen algo de beber. ¿Qué prefieren?
-Whisky -gruñó Vine.
Sus enormes manos acariciaron el vaso. Frunció el ceño al ver el sifón, sacudió la
cabeza y se bebió de un trago una cantidad de whisky que hizo emitir a Burkhalter un
sonido de simpatía.
Alvers también bebió whisky. Mattoon, en cambio, bebió ginebra con limón.
-Tiene usted aquí una buena cantidad de bebidas -dijo, mirando el bar que Burkhalter
había abierto-. Puedo distinguir algunas de las etiquetas, pero... ¿qué es eso?
-Drambuie. ¿Quiere probarlo?
-Claro -contestó Mattoon y su nuez, casi oculta por el pelo rojo, se movió-. Muy bueno.
Mucho mejor que el licor de maíz que destilamos en los bosques.
-Si han andado mucho, tendrán hambre -dijo Burkhalter.
Sacó la mesa oval, seleccionó algunos platos del convertidor, y permitió que se
sirvieran ellos mismos, lo que hicieron sin ninguna ceremonia.
Alvers le miró desde el otro lado de la mesa.
-¿Es usted uno de los Calvos? -preguntó de repente.
-Sí, lo soy -contestó Burkhalter-. ¿Por qué?
-Así que es usted uno de ellos -dijo Mattoon, que le miraba fijamente, con franqueza-.
Nunca he visto a un Calvo de cerca. Quizás lo haya visto, pero con las pelucas nunca se
puede estar seguro.
Burkhalter sonrió con una mueca, reprimiendo una sensación familiar de nauseabundo
disgusto. Otras personas le habían mirado fijamente y con asombro por la misma razón.
-¿Acaso parezco un monstruo, señor Mattoon?
-¿Cuánto tiempo hace que es cónsul? -preguntó Mattoon.
-Seis semanas.
-Está bien -dijo el corpulento hombre y su voz sonó con un tono de amistad, aunque
fuera dura-. Tiene que recordar que no hay nada de tratamientos señoriales con los
Marginados. Yo soy Cobb Mattoon. Cobb para los amigos; Mattoon para los demás. Por
lo demás, no parece usted un monstruo. ¿Se mete la gente con los Calvos por eso?
-A veces lo hacen -contestó Burkhalter.
-Una cosa -dijo Mattoon, cogiendo una chuleta-. En los bosques no prestamos ninguna
atención a esa clase de cosas. Si un tipo ha nacido de una forma algo diferente, no nos
burlamos de él por eso. No lo hacemos mientras permanezca con la tribu y juegue limpio.
No tenemos Calvos entre nosotros, pero si los tuviéramos, creo que podrían ser tratados
mucho mejor que aquí.
Vine gruñó y se sirvió más whisky. Los ojos negros de Alvers estaban continuamente
fijos en Burkhalter.
-¿Está leyendo mi mente? -preguntó Mattoon.
Alvers respiró profundamente. Sin mirarle, Burkhalter contestó:
-No. Los Calvos no lo hacemos. No es saludable.
-Eso es cierto. El preocuparse por sus propios asuntos es una regla muy buena. Ya
comprendo cómo va a jugar usted. Mire, ésta es la primera vez que venimos hasta aquí,
Alvers, Vine y yo. Usted no nos ha visto antes. Hemos oído rumores sobre este
consulado -tartamudeó un poco al pronunciar aquella palabra poco familiar para él-.
Hasta ahora, hemos tratado con Selfridge a veces, pero no hemos tenido contacto alguno
con gentes de las ciudades. Ya sabe por qué.
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